Los niños vivían en Dock Sud, sus casas estaban separadas por una fina medianera de bloques, donde los dos amigos a veces caminaban haciendo equilibrio para susto de sus madres y abuelos. Ese lunes de octubre, día en que no tuvieron clases, planearon una salida para luego de almorzar.
Eduardo, “el Polaco”, rubio, pecoso, el típico travieso del barrio y Jorge, “el Flaco”, alto, solitario y amante de la lectura, se reunieron y comenzaron su viaje, que suponían les depararía divertidas peripecias. El Flaco, la tarde anterior, había dejado seis trampas para pescar anguilas (él le decía anguilleros) y esperaba tener una buena cosecha.
Tomaron por la calle Juan Diaz de Solís, paralela y lindante con el río, hasta llegar a Suarez, donde terminaba ese brazo empetrolado del Río de la Plata; llegar hasta allí imponía caminar unas diez cuadras y otro tanto más para llegar a su destino final, las quintas. El paisaje que les ofrecía esta larga caminata, si bien muy conocido, era disfrutado por ambos amigos.
Caminar cerca de esos buques procedentes de lejanos países, les producía una especie de alegría y curiosidad. En sus conversaciones invariablemente aparecía: “…y si un día nos vamos en un barco de esos a recorrer el mundo..?”, “ …y si pero antes tenemos que terminar el colegio y aprender inglés…”. Les divertía mucho cruzarse con los tripulantes que a veces les ofrecían cigarrillos ingleses, latas de anchoas o sardinas de Suecia o Noruega y lo más preciado, los famosos e inalcanzables jeans Lee, claro que a cambio de dinero del cual ellos estaban siempre escasos. No obstante, las más de las veces siempre conseguían algún obsequio porque les indicaban donde había un lugar cercano con “señoritas”.
Las quintas de esa zona eran de familias trabajadoras, normalmente italianos y yugoeslavos, que vendían sus productos a los vecinos y a muchas verdulerías cercanas. Los canteros donde sembraban eran como lomos de burro muy altos, de tierra negra y muy fértil, estas elevaciones sobre el terreno plano que las circundaba medían aproximadamente, veinticinco metros de largo por uno a tres de ancho con una altura de un metro o metro y medio, allí crecían lechugas, radichetas, apios, rabanitos, repollos, brócolis, etc.. En medio de los canteros habían espejos de agua, pequeñas lagunas, donde pululaban ranas, chanchitas de agua y anguilas.
Jorge soñaba con pescar algunas anguilas para poder comerlas con su abuelo Flavio, a quién le gustaban mucho, él las limpiaba y las freía como si fuera un gran chef. Y esta vez se le dio, comenzaron a sacar los anguilleros y de los seis lograron obtener cuatro anguilas de muy buen porte, de casi un metro de largo cada una. A los amigos les daba un poco de miedo manejarlas, pues al sacarlas tenían barro, agua y por su piel eran muy resbaladizas, pero de a poco las fueron controlando. Las iban atando, dándoles dos vueltas con hilo sisal, cerca de las cabezas y así, una a una lograron sujetarlas, haciendo un hato de cuatro anguilas vivas que, como pesaban un poco, ambos niños se turnaban e iban llevando el “paquete” un rato cada uno.
Se les había hecho un poco tarde y si hacían el camino nuevamente a pie llegarían de noche con el temor que tendrían sus familias, por tanto al Polaco se le ocurrió que podían caminar hasta Suarez y Debenedetti, y desde allí tomar el 33 o el blanquito, colectivos que los dejaría en la esquina de sus casas. Jorge se resistía porque no creía que los dejarían subir con su cargamento, pero pensando en su mamá, prefirió seguir la idea de su amigo.
Tenían el dinero justo para los boletos, fueron a la parada y aguardaron, lo único que Eduardo le pidió fue: “… déjame subir a mí con las anguilas sobre mi espalda, así el chofer no las ve y vos atrás mío sacás rápido los boletos…”
El chofer no se percató “del cargamento” pues estaba concentrado en el manejo, pero pronto comenzó a reir cuando por el gran espejo retrovisor que poseía el colectivo, veía como los pasajeros aterrados se amontonaban en el fondo alejándose de Eduardo y sus anguilas, las que al estar aún vivas, reptaban sinuosas, repulsivas, aunque inofensivas, tratando de zafar de sus ataduras. Al ver la risa del colectivero, ambos amigos también comenzaron a reír a carcajadas, mientras que el chofer les preguntaba si iban muy lejos, “… no hasta la Chade, solo unas diez cuadras…”. Cuando bajaron del micro, los insultos de los aterrados pasajeros, a través de las ventanillas, superaban con creces el vocabulario soez de los dos amigos, quienes no podían parar de reírse a carcajadas.
Entregadas las anguilas, don Flavio, procedió a su sacrificio, posterior quite de la piel y limpieza. Por supuesto preparó un adobo para sacarles el gusto a barro, al igual que se hace con los surubíes y otros pescados de río y las guardó en la heladera. El abuelo se relamía de antemano preparándose para disfrutar junto a su nieto, al otro día, de un almuerzo genial.
El Flaco volvía de su escuela, distante a cinco cuadras de su casa, caminando contento junto a sus compañeros de camino, todos del mismo colegio, bromeando y riendo; sabía que, aunque llegara a su casa antes de las 13.00 hs., tenía que aguantar el hambre, puesto que el festín de la fritanga de anguilas, comenzaría una hora después, en el momento que llegara su abuelo, quien luego del beso y abrazo duro, necesitado y amoroso, esos que solo dan los esforzados laburantes del puerto, se pondría a freír las anguilas para hacer las delicias de su nieto y él mismo.
La llegada del abuelo llenó de alegría al niño y luego de los mimos correspondientes,
Flavio se preparó para comenzar a cocinar. Fue a la heladera donde estaba la fuente y su cara se transformó:
– Jorge vos sacaste las anguilas de la heladera?
– No abuelo, yo no.
– Mamma mía!!! y llamando a su esposa le preguntó:
– Antonia no has visto las anguilas que estaban en la heladera?
– Si las vì y las tiré a la basura!”
– Pero porqué?
– Porqué? Porque no iba a permitir que mi nieto comiera serpientes.
Abuelo y nieto corrieron hacia el tacho de la basura, pero no estaban allí; entonces oyeron a Matilde, la mamá del Flaco, riéndose a mandíbula batiente diciendóles, “…no las busquen más, ya pasó el carro de la basura y se las llevó a eso de las diez de la mañana…!!”
JCR/12SET2017